lunes, 1 de julio de 2013

SANT CUGAT, TRADICION Y VERDAD

  • Artículo publicado por Jorge Carreras en el Diarí de Sant Cugat
sepulcro sant cugatLa Fiesta Mayor de Sant Cugat, de tradición tan antigua y sin embargo tan arraigada aun en nuestra ciudad, invita a reflexionar sobre la esencia y sobre las raíces de nuestra comunidad. La tradición es la transmisión de noticias, valores, costumbres, ritos, arte, etcétera, a través de los tiempos, a través de los siglos, de generación en generación. Por eso merece la pena conservarla, y por eso las gentes mantienen sus costumbres y sus celebraciones.

La Fiesta Mayor, de sabor tan catalán, comprende en su celebración toda una serie de actos y celebraciones cargados de vistosidad y de alegría. Pero creo que en algún momento conviene no quedarse en la superficie, no contemplar tan sólo las manifestaciones externas del conjunto de nuestras tradiciones, sino ahondar un poco y atender a lo que encierra y compone la tradición. Porque lo más importante de la herencia que hemos recibido de las generaciones que nos han precedido no son las manifestaciones externas, sino los valores y las doctrinas sobre las que se ha construido nuestra comunidad. Los valores y doctrinas que son el cimiento, el fundamento, de las relaciones de los ciudadanos, sin las cuales la vida social sería imposible, o en todo caso aborrecible.

Enseguida podríamos referirnos a varios valores. La solidaridad; la atención y preocupación por los demás, por sus necesidades y carencias, especialmente por los más desfavorecidos por la fortuna. La justicia; la voluntad constante y perpetua de dar a cada uno lo suyo, según la expresión clásica. La veracidad; la disposición y el propósito de no mentir, de no engañar, de no estafar a los conciudadanos. Y otros que podríamos añadir. En este limitado espacio quiero atender a este último valor, al respeto y el amor a la verdad, al menos en una de sus facetas.

Es este un valor, la veracidad, que debería estar muy metido en la entraña de la tradición de nuestra ciudad, porque guarda relación directa con su nombre: Sant Cugat. El hombre que da nombre a nuestra ciudad fue muerto durante la persecución de Diocleciano, el año 304, y según la tradición sus restos están enterrados en nuestro Monasterio, que es sin duda la más preciada joya de la ciudad y su centro de gravedad. Cugat prefirió la muerte a renunciar a la verdad en la que él creía, como tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia. Y no me parece exagerado afirmar que nuestra ciudad hunde sus raíces, extendidas a lo largo de los siglos, en la sangre de aquel héroe.

En todo caso su fidelidad heroica a la verdad debe constituir un ejemplo para todos, sean cuales fueren nuestras creencias y nuestra posición en la vida social. Pero permitidme que lo aplique a los que desempeñamos algún papel en la política local y a quienes trabajan en los medios de comunicación. Una referencia concreta que responde a razones obvias en mi caso.

Políticos y periodistas nos dedicamos a un oficio que exige un especial respeto a la verdad, si es que efectivamente queremos servir a la comunidad en la que trabajamos. Esto supone en primer lugar el esfuerzo por buscar la verdad sobre los acontecimientos y situaciones a los que nos enfrentamos. Un empeño que supone intentar abarcar toda la verdad, lo que no siempre es fácil, para luego acomodar nuestras acciones políticas, o la comunicación de los hechos, a la verdad de la manera más fiel posible, sin deformaciones, sin medias verdades, sin dejarnos vencer por los prejuicios o por nuestras propias convicciones, que pueden enturbiar o deformar la verdad.

El amor a la verdad debería, debe ser, el primer fundamento, el primer motor de nuestro empeño por servir a la ciudad. Sin él, en lugar de servir estaremos estorbando, o perjudicando la vida política y social.

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